
Fue una época extraña pero siempre que la evoco se me aromatiza el paladar de la memoria. Tenía veintipocos años e infinidad de proyectos. Era primavera. Recuerdo que sembré margaritas en el pequeño jardín de mi pequeña casa. “Margaritas salvajes” ponía en el sobrecillo de semillas y vaya si lo eran, crecieron de forma amazónica, tan altas y fuertes como las habichuelas mágicas. Fue una etapa de cambios radicales en mí. Me teñí el pelo de negro azabache, aireé y reorganicé el armario interno, escribí mucho, pensé poco y me empeñé en usar sombreros terribles. Fue una época dulce, ingrávida, circularmente feliz. Una etapa que se me amoldaba a la sonrisa como si estuviera hecha a mi medida. Quizá por eso, cuando hace unos años buscaba un título para un blog, esa etapa me vino como un rayo a la memoria. Y en especial, esta foto, en la que no tengo claro si soy yo quien parece comerse las margaritas o ellas a mí. 😉
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