Noviembre siempre tiene la capacidad de ponerme ante el espejo, mostrarme mis antes y después, analizarme y quitarme capas internas. Desde la primera operación de cadera hasta la segunda ha pasado más de año y medio. Un año y medio en el que, además de grandes sacudidas a mi alrededor, he visto como el ritmo de mi vida se reducía completamente. Sencillamente no podía apenas dar dos pasos. Es ahora cuando -poco a poco- noto que remonto, cuando mis piernas y mi cuerpo me permiten acceder a esas parcelas de mi propia cotidianidad que, sin ser nada del otro mundo, me reconfortan porque son parte de mí. Tener ganas de salir a caminar un ratito cada día, cocinar sin sentir dolor (o no tanto), hacer planes a corto plazo (y a largo también), tener la casa llena de la gente que quiero sin sentir el cansancio como una losa, comprar entradas para ir al teatro contigo, salir a buscar el otoño (sus hojas, su olor, su encanto), fotografiar el atardecer. No necesito más para sentirme llena porque es en lo sencillo dónde soy. Es en las cosas pequeñas donde me encuentro. Y me he echado tanto de menos…
Este atardecer lo capté el pasado 7 de noviembre, día de mi cumpleaños, y fue allí donde de pronto me hice esa reflexión y me di cuenta de la importancia de las pequeñas cosas cotidianas que tanto, tantísimo, se echan de menos cuando dejan de estar. Ese atardecer, contigo, ante ese paisaje de oro, no pude sentirme más feliz.
Q hermoso, linda!!! M alegra saber q t sientes tan bien.. y sí, en las pequeñas cosas está lo más preciado d la vida, ser un@ en todo 😊Abrazos d luz 💖
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Gracias, preciosa, muchos besitos de corazón!!! 💖💖💖
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