Recuerdo que de pequeña, cuando me dolía tanto (tantísimo) el caminar, pensaba en una palabra transportadora. Una palabra que me llevara a algún lugar lejano, que le pusiera alas a mis pies, que me elevara por encima de los tejados de mi vida, libre, aérea, lejos, allí.
“Margaritas” (escogía bien las palabras con alas, eh? 😉 ) “luciérnagas”, “lápiz”, “sugus”, “tortuga”, “luna”, “Merlín” “bosque, bosque, bosque”. Repetirlo me proyectaba aún más lejos y el suelo hostil se volvía de pronto tan algodonoso que el dolor se esfumaba. O casi.
Ahora sigue doliéndome el caminar, pero el peso del suelo llega principalmente desde el pequeño alambre de los equilibrios diarios. Aún así, cuando la vida me estruja demasiado o me ahoga, yo continúo echando mano a mi particular técnica secreta de escape…
“brisa”
“regaliz”
“sandalias”
“mermelada”
Las cosas pequeñas siguen teniendo su don, el poder sublime de hacerme sentir ingrávida.
¿Un poco de música? —>♬
Que cada rama de cada árbol se extienda hacia a ti para llevarte en volandas. Y que el poder de las palabras de la magia de los sonidos del bosque transporten tu carga. Un beso.
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Nunca deje de anda y seguir adelante.
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Afortunada de que al menos las palabras te levanten por encima del dolor. Al menos eso.
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Como decía mi abuela: «El dolor es necesario para valorar la ausencia de este». Gracias por compartir ese truco tan sencillo y a la vez poderoso. Abrazo de luz 🌟
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Que bonito lo que cuentas, a pesar de las dolencias, pero tus palabras tienen alas, son mágicas como las halas, y siempre da la sensación de que vas lebitando por la vida, que nada duele. Me encanta como escribes tan desde dentro. Sigue volando, guapa!
Mil besos y feliz fin de semana!
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