❥ Así debe ser

Diciembre ha entrado despacito, caminando por la alfombra de sus recién estrenadas horas con una calma apabullante (uffffff otra de esas palabras con sabor, “apabullante”, se le llenan a una los ojos de plumas y estrellas al pronunciarla). O así lo percibo yo, que tengo un cerebrito medio infantil y receptivo a las locuras. Diciembre llega a paso lento, sin prisas y con el pecho crecido. Sabe que es el último de la lista y eso le da un aplomo infinito. Él se encarga de cerrar la puerta del año así que se cuelga la llave de la solemnidad y nos deja el invierno y la Navidad en bandeja. Cómo no va a gustarme Diciembre? si la tradición Navideña (no soy creyente) me arrima a la calidez, a la magia, a la ilusión de mis hijos que, aunque creciditos, se han empapado de mi irracional ilusión por estos días y la irradian a destajo. Bueno, el pequeño más que el mayor, claro. La adolescencia es una cueva con muy poca ventilación y dónde la fugaz infancia queda relegada a un felpudo de medidas microscópicas. Así debe ser, me digo.

Diciembre entra en casa entelando los cristales y ensanchándome la sonrisa. Pienso devorarte, le proclamo con la frente alta, sin ápice de compasión. Y él, sin inmutarse un pelo, se acomoda sonriente en su trono y de un pestañeo enciende todas las luces del sol.

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