Mientras me decido a escribir este post, Duna, mi compañera de cuatro patas, apoya la cabeza en mis rodillas. Es una imagen de lo más dulce, un gesto que traspasa la complicidad “perruna” para convertirse en un acto de ternura casi humana. Y es que mi perra (como muchos otros) posee ese grado de humanidad tan maravilloso y que no todas las personas pueden entender. De hecho, Duna es más persona que muchas personas, valga la redundancia.

Admito que estos días he estado un poco vaga para el blog. Aún sigo dejando que me sorprenda sin obligación alguna. Sé que va a ser cotidiano y muy visual, la fotografía ha tomado el control en mi vida de forma deliciosa. Pero no quiero perder la capacidad de hablarme a través de las palabras escritas. No quiero dejar de escribir porque es parte de mi esencia y un vinculo conmigo misma.

El pasado domingo nevó cerca de casa. Lo hizo arriba, espolvoreando de azúcar glass la cima de las montañas que vemos desde la ventana y no pudimos evitar lanzarnos en su búsqueda, “aunque sólo sea para pisarla y hacerle mil fotos».

¿Qué tendrá la nieve que tanto nos emociona?  ¿qué botones internos pulsa?

Lo desconozco. Sólo sé que personalmente me reconecta con la niña que me habita y eso hace que me hechice completamente («hechizar» qué verbo tan delicioso, si lo mastico me sabe a regaliz roja). La nieve consigue que pierda, incluso, el miedo a resbalarme y caerme redonda (cosa que ahora mismo podría ser muy jodido para mi pobre rodilla) y disfrute como una energúmena. O como Duna, que se lo pasó de muerte correteando y haciendo amigos.

Esta vez los niños, que ya no lo son tanto, tenían «otros planes» y no quisieron venir. Este tema merecería otro post, pero en fin… vamos haciéndonos a la idea de que nuestros hijos se hacen mayores y eso implica que el cordón umbilical (el que parte del corazón y es irrompible) se elastice y vayan despegándose. Algo que me gusta por una parte pero que me entristece por otra.

Si la nieve es magia pura el parque natural del Montseny aún lo es más. Ese día dejé de odiar mi maldito corte de pelo (al menos un rato), dejé que se rizara y alborotara, así, tan libre como la nieve. O como la niebla, que le regaló al bosque ese halo de misterio tan excitante y que tanto invita a soñar.

¿Y qué es la niebla sino la antesala de la fantasía?

¡Buen fin de semana!